Poesías inolvidables |
Qué razón tenías papá |
Qué razón tenías, papá,
cuando me dijiste que a mi edad
aún no estaba preparado para
controlar mi vida,
que era yo muy joven,
que esperara un poco más de tiempo
y luego tú mismo me ayudarías a
independizarme;
y sin embargo preferí no
escucharte,
te dejé con la palabra en la boca
y me fui de la casa,
según yo a comerme al mundo a
rebanadas.
Repetiste una y otra vez que tú y
mi mamá sólo querían lo mejor para mí,
y que sus regaños no eran por
desamor.
trataste de explicarme que la comprensión
no era darme siempre la razón;
pero, a pesar de ello,
en muchas ocasiones preferiste
ceder, y callar;
con esa actitud tan conciliadora
que adoptabas,
con tal de que yo no cumpliera mis
constantes amenazas,
mientras yo los acusaba de ser los
peores padres.
Qué razón tenías, papá,
cuando te acercaste a mí,
y me suplicaste que viviera
conforme a mi edad,
porque la juventud es como un
suspiro del alma,
y cuando nos damos cuenta
los años nos llevan ventaja;
me suplicaste que no abandonara la
escuela
porque de ello dependería gran
parte de mi vida en el futuro;
"no cometas el mismo error
que yo, hijo",
me dijiste en aquella ocasión;
y sin embargo mi respuesta fue:
“¿Tú qué sabes de eso?
lo que pasa es que tú ya estas
viejo.
No se cómo no te cansas de estarme
dando sermones".
Fue por eso que solo llegué hasta
la secundaria.
Recuerdo que mi madre me sentó
cariñosamente en sus piernas,
y me habló de las mujeres,
me explicó que una relación de
pareja va más allá de la atracción física
y la pasión;
platicó de cómo se conocieron y la
manera en que la conquistaste,
de la forma en que se ama a los
hijos,
del respeto hacia la esposa,
y el cariño con el que se le debe
tratar
y ya ves, papá,
apenas cumplí la mayoría de la
edad y me tuve que casar,
por esa falta de responsabilidad.
Qué razón tenías papá,
que antes de marcharme de la casa,
intentaste detenerme
y con lágrimas en los ojos me
aclaraste:
"Algún día tú también serás
papá,
y podrás entenderme, hijo",
y en pago a eso te miré fijamente
a los ojos y te dije:
"Yo sí seré un buen padre,
a mis hijos no los estaré
fastidiando tanto,
dejaré que sean lo que ellos
quieran,
y que sean felices"
y en un tono más soberbio repetí:
"Yo voy a ser mejor que
ustedes".
Me aconsejaste que, pasara lo que
pasara,
viviera como viviera, nunca me
humillara ante los demás,
porque la dignidad no se vende, no
se pierde,
y hasta la libertad tiene sus
límites,
y apenas me sentí libre,
aproveché para emborracharme con
mis amigos hasta desfallecer
y desperté tirado en una calle,
sucio, maloliente;
me atreví a pedir limosna
y ante la desesperación se me hizo
fácil robar,
aunque me advertiste que mi
enemigo no estaba en la casa,
sino en las calles,
disfrazado de falsos amigos,
absurdos placeres y dinero
manchado.
Qué razón tenías papá,
cuando me adelantaste que si
abandonaba el hogar,
mi madre moriría de pena y
tristeza,
y yo qué hice, me burlé de ti,
te aclaré que si eso sucedía sería
por tu culpa,
por la vida tan estricta que nos
dabas,
por las exigencias y por tu
concepto de la disciplina y la responsabilidad,
porque cuando llegabas a la casa
hacías llorar a mi madre con tus ridículos obsequios,
cuánto tiempo me tardé en
comprender que esas lágrimas
eran de alegría, y no de dolor o
tristeza.
Un día, me tomaste entre tus brazos
y me dijiste muy quedito al oído
esas cosas que aún guardo en mi
corazón:
"ojalá nunca crecieras, hijo
mío,
ojalá siempre fueras mi pequeñito
y yo siguiera siendo tu héroe para toda la vida,
imaginar, que siempre tendrás 6
años",
pero ya ves, papá,
hoy me arrepiento de todas esas
palabras contra ti,
de mis actos que tanto te dañaron,
de tantas noches que te tuve a ti
y a mi mamá en vela por no llegar de la fiesta,
de las mentiras mal armadas que
inventaba con tal de no escuchar tus sabios consejos,
de recordar cómo te humillaste
varias veces frente a mí
con tal que detuviera esa falsa
razón
de pisotear tu dignidad con mis
gritos y reclamos
y cientos y cientos de reproches
en contra de ese cariño incondicional.
Mírame ahora, papá,
sentado en una sala de hospital,
lleno de angustia,
esperando noticias sobre la salud
de mi hijo,
ese. al que yo iba a educar.
mejor que tú a mi,
sí, también él se sintió grande,
a pesar de mis consejos decidió no
escucharme y
hacer su propia vida como lo hice
yo,
le pido a dios que me ayude
y a ti, mi gran héroe de siempre,
que ojalá me hayas perdonado todo,
me costó mucho tiempo, dolor y
sufrimiento,
pero después de tantos años
logre entender que por fin te amé,
papá,
más de lo que yo creía.
Qué razón tenías, papá.
Mariano Osorio |