Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

Perote y el misterio de María Antonia Bretón

Tras una agonía de varios meses en los que tuvo que soportar intensos dolores, Guadalupe Victoria falleció en la Fortaleza de San Carlos el 21 de marzo de 1843.

En este sitio emblemático han tenido lugar diversos acontecimientos históricos importantes, no sólo el hecho de que en esta fortaleza, ubicada en la ciudad de Perote, en el estado de Veracruz, haya visto llegar el final de sus días el que fuera primer presidente de nuestra nación, como mencionamos antes.

Aquí nació el Heroico Colegio Militar, el 11 de octubre de 1823, por disposición del presidente Guadalupe Victoria; sirvió también como Campo de Concentración (le llamaban Estación Migratoria) cuando fueron detenidos los italianos y los alemanes que estaban a bordo de los barcos de dichas nacionalidades estacionados en puertos mexicanos durante la Segunda Guerra Mundial (cuando fueron hundidas, supuestamente por un submarino alemán, las embarcaciones que el gobierno mexicano había incautado a los mismos alemanes).

La fortaleza fue ocupada por contingentes militares diversos, tanto españoles, como franceses y norteamericanos (y, desde luego, mexicanos). Sirvió como prisión y finalmente fue desocupada.

A la fecha está abandonada por los gobiernos federal y estatal. Un patronato formado por distinguidos ciudadanos de Perote se ocupa de sus instalaciones; el municipio no tiene los recursos para apoyarlos a restaurar la construcción y, como comentamos líneas arriba, ni la federación ni el gobierno del estado les han proporcionado los recursos que se necesitan. El patronato está integrado por Mauricio Cassani Sanfuentes, Manuel González Landa, Jorge Pérez Quintos, Clara Moreno Cortés, Raúl Loranca González, Miguel Sebastián Taboada Ortiz, Leticia Gómez Ortiz, Rosario Janet Rodríguez Garcés, Jecqueline Flores Cortés Y Martha Alicia Amado Román.

La edificación se consideró terminada en 1777, por lo que tiene 235 años de antigüedad, mientras que la ciudad de Perote cumplió 487 años de haber sido fundada, en 1525, apenas 6 años después de que Hernán Cortés tocara en lo que hoy es Cozumel el suelo de esta tierra que hoy es México.

La fortaleza podría utilizarse con fines variados, el principal, acondicionarlo como museo, le daría un gran impulso turístico a la población, pero para eso se requiere de alguna fundación, institución, o persona física que esté dispuesta a otorgarles los fondos que requieren.

En una esquina del piso superior de la fortaleza se ubica la habitación en que vivió sus últimos días Victoria y en la planta baja la capilla en la que fue sepultado.

Para conmemorar la fundación de Perote, el ayuntamiento organizó los festejos en la Fortaleza de San Carlos. Fui invitado a dar una plática junto con Armando Victoria; presentamos su libro, "El Águila Negra, Guadalupe Victoria", del que he comentado ya en otro "Personajes". El evento se llevó al cabo el 23 de junio pasado, a las 18 horas. A la par de éste, había una exposición agropecuaria, la primera en Perote, en la misma fortaleza. Toda la planta baja del lugar estaba ocupada por diversos puestos de venta de artesanías y antojitos, ropa y restoranes; hubo espectáculos con los mejores caballos, de muy buena pinta, y cantantes de corte ranchero.

Pero más allá de estos festejos, tuvimos la suerte de encontrar nuevos amigos, personas comprometidas con esa población que aman, y consecuentes con las metas que se han fijado y con su propia ideología; amigos que nos dieron el trato fraternal que pocas veces se logra y el apoyo para localizar documentos valiosos que me serán de mucha utilidad en otro libro, del que soy autor, que daba yo ya por terminado, tras una investigación de años, del que di más datos en el texto que leí durante la presentación mencionada antes y que se reproduce más adelante.

Así que expreso mi profundo agradecimiento a Cesáreo Roldán, Manuel González Landa, Raúl Loranca Cortés, Mauricio Cassani Sanfuentes, Martha Aldape Castillo, Clara Moreno Cortés, Arsenio Oropeza Loranca, Vicente Romero Aburto, Angélica Bueno (Angely), José Domínguez y Elisa Limón; sin olvidar, desde luego, a Francisco Pérez Sosa, Director de Turismo de Banderilla, que fue quien, en mancuerna con el doctor Cesáreo Roldán, nos invitó a participar en el evento multimencionado. Ofrezco disculpas si olvidé mencionar a alguien.

Lo que dije en la Fortaleza de San Carlos:

Qué gusto estar con ustedes, es un honor, y les agradezco que me escuchen.

Nos reunimos hoy en el lugar en que quien fuera primer Presidente de México dejó de existir. El tema es el libro que Armando Victoria ha terminado tras dedicarle muchos años de esfuerzos, "El Águila Negra, Guadalupe Victoria".

La vida de Victoria estuvo impregnada de misterios, secretos, tragedias y actos de heroísmo.

Hace doscientos años, abandonó la universidad para unirse a las fuerzas de Morelos en la lucha por la independencia de un país que se convertiría en lo que hoy es México.

Casi década y media después se convirtió en el primer presidente de esta nación y al terminar su mandato se dirigió al lugar que había elegido para pasar sus últimos años: su hacienda El Jobo, enclavada en el municipio de Tlapacoyan, la hacienda más grande del estado de Veracruz y una de las mayores de la república.

Y ahora, permítanme ahondar un poco en algo más íntimo acerca de Guadalupe Victoria, el hombre, y los secretos que guardaba, que a la fecha no se han develado.

Año y medio antes de morir se casó con una mujer que a lo largo de 150 años ha permanecido en el misterio. Muchos historiadores, investigadores, periodistas, novelistas han buscado pistas para desentrañarlo, pero han fracasado. Como si se tratara de un tesoro oculto que se resiste a ser descubierto, así se ha mantenido la verdadera identidad de María Antonia Bretón, la esposa de Guadalupe Victoria. ¿Quién era esa dama misteriosa? ¿Quiénes eran sus padres y, en consecuencia, cuál era su segundo apellido? ¿Dónde nació? ¿Cuándo murió en realidad? ¿Tuvo hijos? ¿Qué le pasó después de la muerte de su esposo? ¿Por qué el misterio? ¿Qué secreto ocultaba su identidad? Hubo quién erróneamente, en el afán por dar a conocer datos ocultos que no había descubierto, le adjudicó una personalidad y un lugar de nacimiento que no le correspondían. Y por desgracia, una población que develó placas en memoria de la ciudadana distinguida y le ha programado homenajes creyendo que era nativa del lugar se llevará la sorpresa de descubrir que no nació ahí.

Ese tesoro, los documentos que responden a todas las preguntas anteriores y más, ese archivo enterrado durante tantos años por fin ha aparecido. Tuve la suerte de encontrarlo y hoy, a la par con la presentación de El Águila Negra, de Armando Victoria, tengo el gusto de informarles que con ellos he elaborado un libro que terminé ya de escribir y en el que se develan los misterios. Un libro que, por cierto, no tiene editor todavía. A los anteriores, hay que sumar nombres como el de Rafael Guízar y Valencia y apellidos como el de los Ávila Camacho, que están en este libro. Todos ellos guardaron secretos trascendentales, tanto que, en algunos casos fueron preservados en el ámbito de sus descendientes por varias generaciones a lo largo de dos siglos. Y lo hicieron así porque los consideraban secretos inconfesables.

Mis dudas surgieron hace muchos años, tantos como mi edad.

Teníamos la cama y el comedor que pertenecieron al presidente Guadalupe Victoria en nuestra casa de Tlapacoyan. Habíamos sido dueños de la hacienda El Jobo, que se localiza a cinco kilómetros de distancia de Tlapacoyan rumbo a Martínez de la Torre.

Al vender El Jobo nos quedamos con los muebles mencionados. Pero luego surgieron otras dudas y más allá de este punto, muchos años después, hasta ahora, supe del secreto que el expresidente mantuvo oculto hasta su muerte. Un secreto que pasó de generación en generación hasta la época actual. El destino, la suerte, o como quieran llamarle, me han brindado la oportunidad de mostrar por fin esos descubrimientos en el libro que, como comenté antes, está listo para su impresión.

Al año de tomar posesión como presidente compró El Jobo, en 1825.

El 29 de noviembre de 1841 se casó con María Antonia Bretón. Menos de siete meses después, el recién casado estaba en la Ciudad de México con diversos objetivos, entre ellos suscribir su testamento. De regreso en El Jobo comenzaron a agravarse los males que aquejaban al general: ataques epilépticos y problemas cardiacos.

Casi para terminar el año de 1842, el médico militar que le envió el gobierno lo sacó de ahí, muy enfermo, con la intención de que se recuperara en Tlapacoyan.

Durante los 17 años que duró como propietario de la hacienda, Victoria estuvo muchas veces en Tlapacoyan, algunas solamente de paso hacia El Jobo o de regreso del mismo hacia Puebla, el puerto de Veracruz, la Ciudad de México. Y en otras ocasiones para comprar provisiones, mandar telegramas, correo, envíos diversos y/o recogerlos.

De Tlapacoyan fue trasladado a Teziutlán, donde el 19 de diciembre de ese 1842 hizo un anexo (codicilio) a su testamento, e inmediatamente después lo trajeron a Perote, a la Fortaleza de San Carlos, donde murió el 21 de marzo de 1843.

Fueron tres meses dolorosos para Guadalupe Victoria, desde que salió de El Jobo, se quedó en Tlapacoyan, fue trasladado a Teziutlán, y luego aquí, a esta Fortaleza, donde dejó de existir. Imaginemos el traslado de un hombre tan enfermo subiendo por la cuesta de 30 kilómetros que separa a Tlapacoyan de Teziutlán y tras unos días en esta población sin lograr que su salud mejorara otro penoso viaje recorriendo una distancia similar para llegar a Perote. Pero recordemos que esto sucedió hace 169 años y los caminos de entonces no se parecían a los actuales.

Al enterarse de su muerte, Manuel Payno lo recordaba con tristeza, decía que “Parece increíble que ese hombre pacífico, ese anciano que veíamos casi arrastrarse desconocido y triste por las calles de México era el mismo que arrojó su espada del otro lado de un parapeto realista y voló por ella entre una nube de fuego y de metralla”.

Cuando murió, en consecuencia, era un anciano de 56 años de edad (y, vuelvo a Payno) “que veían arrastrarse desconocido y triste por las calles de México”. Su corazón ya estaba muy crecido, muy dañado. María Antonia, su esposa, estuvo con él hasta el final, cuando Victoria, haciendo un admirable esfuerzo, resistió el golpe de las enfermedades más allá de lo que humanamente se puede esperar.

El Congreso de la Unión lo declaró Benemérito de la Patria el 25 de agosto de 1843. Cinco meses después de su muerte. Veinte años antes lo había nombrado en vida de la misma forma.

Poco más de 13 años después, Rafael Martínez de la Torre compró El Jobo y el 28 de diciembre de 1878, su hijo se lo vendió a Juan B. Diez, mi bisabuelo. La hacienda permaneció en poder de mi familia durante más de siete décadas.

Por mi parte, tengo la suerte de haber conocido a los últimos Victoria, los descendientes de Ildefonsa Reyes, entre los que se encuentra Luis Armando Victoria Santamaría, autor de “El Águila Negra”. Nuestra amistad viene de años atrás y el encuentro familiar se dio cuando su papá y su tío Felipe investigaban para el libro que escribió este último, otro, acerca de Guadalupe Victoria. Fueron a Tlapacoyan y Alejandro Diez Cano los llevó al Jobo. Era el año de 1944. Alejandro, por cierto, era hermano de mi papá y padre de Alejandro Diez Galland, mi primo hermano, quien vive desde hace muchos años aquí, en Perote. Conocí también a los que descienden de Francisco de Paula López Romero, al capitán Armando Victoria, otro Armando, de otra rama, que tiene un enorme parecido tanto con nuestro autor, como con Leopoldo Federico, chozno de Francisco de Paula; y conocí también a los últimos Rosains. En todos los casos, son los últimos hasta hoy, pero la línea sigue. Departí con ellos. He escuchado de todos su versión, sus historias, sus impresiones. Se trata de personas nobles, trabajadoras, inteligentes, en las que se percibe la altura de miras. Eso me lo dio el libro que recién terminé y es más que suficiente para sentirme agradecido y con la satisfacción de haberlo podido escribir (a esto, añado ahora que gracias a los documentos que recién localizamos en Perote, mi libro quedará ampliado con los mismos, con datos que nos permiten conocer con más detalle la relación entre Victoria y su esposa, María Antonia Bretón).

Sobre el primer presidente de México se han escrito varios libros, “Guadalupe Victoria, ‘El Águila Negra’ “, se debe a una magnífica investigación desarrollada durante años por Luis Armando Victoria Santamaría. La obra de 758 páginas es la más amplia que nadie haya escrito sobre el tema. La documentación que contiene es parte del enorme archivo que su compilador, el propio Armando Victoria, ha llamado “Archivo Guadalupe Victoria” y su elaboración fue motivada por tres factores:

1.- Desde niño, Armando supo que tenía el honor de ser descendiente, chozno, de Guadalupe Victoria y tal distinción es también una responsabilidad a la que Victoria Santamaría ha respondido a lo largo de su vida no sólo con su trabajo, “El Águila Negra”, sino además poniendo todo su empeño en buscar los reconocimientos que su antepasado merece.

2.- El hermano de su padre, Felipe Victoria Gómez, fue el autor del libro “Guadalupe Victoria, primer presidente de México”, publicado en 1952 por Ediciones Botas, quien desarrolló una investigación que lo trajo al estado de Veracruz, a la ciudad de Tlapacoyan, a la hacienda El Jobo, cuyo propietario fuera el personaje central de su trabajo, y a la Fortaleza de San Carlos. Tal motivación incitó a Armando Victoria a hacer su propio esfuerzo, que culminó con “El Águila Negra”.

3.- Formar un archivo, que no existía, aglutinando toda la documentación e información que le ha sido posible localizar a lo largo de su vida y que hoy él llama, como anoté antes: “Archivo Guadalupe Victoria”. Tal trabajo merece reconocimiento. No había un “Archivo Guadalupe Victoria”, ¿Armando Victoria le quiere llamar así? Respetemos su decisión. Es el “Archivo Guadalupe Victoria reunido por Armando Victoria”. Un trabajo logrado gracias a muchos años de esfuerzos, sacrificios y dedicación y podemos considerarlo como un homenaje no sólo a la figura legendaria del caudillo de la Independencia, sino a la propia existencia del autor, que dedicó a su antepasado.

En el futuro, la labor de los que deseen investigar acerca de la vida de Guadalupe Victoria no requerirá de tocar puertas para hurgar en los más diversos archivos documentales, bastará que consulten esta obra, que facilita y acorta el tiempo invertido.

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