Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

La tragedia final de Carlos Gardel

 

Hace 75 años murió Carlos Gardel. Las nuevas generaciones conocen poco acerca de quien fue casi un dios para los argentinos y un ídolo en muchos países.

Siguen venerándolo. Un ejemplo: Jacobo Zabludovsky termina invariablemente su noticiero poniendo un disco de Gardel. Jacobo tiene una de las más completas colecciones de discos del cantante, que adquirió en sociedad con Gustavo Petricioli, exsecretario de Hacienda y exembajador de México en Estados Unidos. Además, ya es popular el dicho de que “Carlitos cada día canta mejor” quien, aunque incursionó en varios géneros, fue el creador del tango cantado (él mismo lo decía).

Hasta hace poco, su vida, su origen y su muerte planteaban acertijos que apenas se comienzan a resolver.

Murió el 24 de junio de 1935, cuando el avión en el que se encontraba chocó con otro y quedó envuelto en llamas mientras intentaba el despegue, en el Aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín, Colombia. Era ésta una de las últimas etapas de una gira que terminaría en México, pero el accidente fatal impidió al Rey del Tango seguir adelante.

José María Aguilar, compositor y guitarrista de Gardel, herido y con quemaduras graves sobrevivió al accidente e hizo la narración desgarradora de los últimos instantes del ídolo a bordo del avión que lo llevó a la muerte. La incluimos al final de estas líneas.

¿Cuál fue el misterio de su origen? ¿El de su muerte? ¿Sus amores? ¿Cuántos tangos grabó? ¿Cuántas películas?

Todo se devela más adelante, pero comencemos por el principio.

Acerca del lugar donde nació hay dos versiones: 1.- En Tacuarembó, Uruguay, el 11 de diciembre de 1887 (otros dicen que en 1884) y 2.- En Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890.

La primera afirma que Gardel era hijo de Carlos Escayola y de la cuñada de éste, una jovencita de 13 años de edad a la que sedujo o violó que se llamaba María Lelia y era hermana de la segunda esposa del supuesto padre del cantante, Blanca Oliva, que se suicidó poco tiempo después de que su hermana diera a luz.

Esta teoría se apoya en el hecho de que Gardel declaró en alguna ocasión que era uruguayo para obtener documentos de identidad, dicen, y en que estuvo varias veces en ese país y compró una propiedad, en la que ahora se aloja el “Primer Centro Nacional de Rehabilitación y Recreación Casa de Gardel”.

La segunda versión, que nació en Toulouse, tiene el respaldo de una abrumadora cantidad de documentos, testimonios, fotos y las declaraciones tanto de su adorada madre, Berthe Gardes, como del propio Carlos Gardel: “Yo nací en Buenos Aires, a los dos años y medio”, que fue la edad a la que llegué de Francia, de la mano de mi madre. “Nací en Toulouse, Francia, el 11 de diciembre de 1890”. Esto lo corroboran el acta de nacimiento del artista, que en realidad se llamaba Charles Romuald Gardès y se cambió el nombre porque sonaba más cercano a la tierra que lo adoptó.

Llegó a Buenos Aires efectivamente de la mano de su madre en el barco Don Pedro, el 11 de marzo de 1893, en una travesía que partió del puerto de Burdeos. Ella tenía el pasaporte número 94 y la Dirección General de Inmigraciones de la República Argentina registró los datos correspondientes a los dos con los números 121 y 122. En estos se asienta que el niño tenía dos años y tres meses de edad.

Gardel estuvo varias veces en Toulouse y se tomó fotos con sus familiares franceses. Éstas se han dado a conocer junto con otros documentos que no dejan lugar a dudas: Carlos Gardel nació en Francia y era argentino porque adoptó tal nacionalidad y escogió su querida tierra americana para desarrollarse y crecer como el admirado e inolvidable cantante de tangos.

La mujer

Sólo tuvo una “novia oficial”, Isabel del Valle, cuya relación había terminado cuando el cantante falleció. El propio Gardel desmintió las versiones que lo vinculaban a una artista norteamericana y decía que prefería a las latinas: “He amado muchas veces en mi vida y conservo de ello gratísimos recuerdos, como que en todos mis amores he sido feliz. En ellos he querido de diferente manera…”

“En realidad no tengo tiempo para los amores. El trabajo, los ensayos y la tregua dedicadas al descanso me hacen estar al pendiente del arte”. Y sobre Isabel: “Para mí es asunto terminado, definitivamente terminado”. “Hay que convencer a la prepotente Isabel que me deje en paz…”

No hay pruebas, ni testimonios que relacionen al Zorzal Criollo con alguna otra mujer.

Y a propósito de estas dos palabras: Zorzal Criollo, era uno de los apodos que tenía Carlitos. Es el nombre de un pájaro cantor sudamericano. Le decían también “El Morocho del Abasto”. En Argentina se refieren al individuo de cabello oscuro, moreno, como Morocho y Abasto era el barrio en que vivía con su madre, el del mercado de abasto. Otros sobrenombres: El Mago, El Rey del Tango, El Francesito y El Mudo.

Carlos Gardel grabó 763 diferentes canciones, pero 29 de ellas las grabó también con otros títulos, lo que da un total de 792 grabaciones, que incluyen bellísimas canciones como: Yira, yira; Cuesta abajo, Silencio, Volver, El día que me quieras, Mi Buenos Aires querido, Por una cabeza, Sus ojos se cerraron…

Filmó solamente diez películas y la primera, aunque parezca increíble, fue muda: Flor de Durazno, la única que hizo en Argentina, se estrenó el 28 de septiembre de 1917.

Cuatro más las hizo en Joinville, Francia: Luces de Buenos Aires, que se estrenó el 23 de septiembre de 1932 y en la que interpreta “Tomo y obligo”; Espérame (andanzas de un criollo en España), estrenada el 5 de octubre de 1933; La casa es seria, estreno el 19 de mayo de 1933; y Melodía de Arrabal, que se estrenó el 5 de abril de 1933 y en la que interpreta una canción que a la fecha toca cualquier sensibilidad, “Silencio”.

Las cinco que completan la lista las filmó en Long Island, Nueva York: El tango de Broadway, estreno: 12 de marzo de 1935; Cazadores de estrellas, estreno: 30 de abril de 1936; El día que me quieras, en la que interpreta canciones sublimes como Volver y Sus ojos se cerraron, estreno: 16 de julio de 1936; y Tango bar, en la que canta Por una cabeza, estreno: 22 de agosto de 1935.

De La casa es seria y de Cazadores de estrellas no se conserva desafortunadamente ninguna copia. Cuando se estrenaron en salas cinematográficas sus últimas tres películas, Carlos Gardel ya había fallecido.

Gritos de desesperación

Decíamos, en las primeras líneas de esta historia, que uno de los sobrevivientes del accidente en que murió Gardel describió como fueron los últimos instantes del cantante a bordo del avión, qué dijo y que fue lo que sucedió. El sobreviviente, José María Aguilar, fue entrevistado por el periodista Eros Nicola Siri en el mes de enero de 1936, para Caras y Caretas:

Carlitos había casi terminado sus compromisos con la compañía filmadora de sus películas y sólo quedaban por rodar dos más, cosa que iba a hacer a su regreso de la gira pues los directores querían que aprendiera inglés en ese ínterin, para poder filmar en ese idioma sus dos últimas películas. Le Pera había planeado la gira, de acuerdo con los empresarios Defrancisco y Reyes, pero Carlitos no estaba muy entusiasmado con la perspectiva de la misma, incomodidad en los hoteles en que nos alojábamos, malas comidas; en fin, una serie de pequeños hechos, que sumados a la falta de locales donde actuar, al extremo de que en Bogotá lo tuvimos que hacer en la Plaza de Toros, habían hecho que la gira adquiriera detalles enojosos que molestaban a Gardel, quien por no disgustarse con Le Pera aceptó el viaje sin entrar a analizar las proyecciones del mismo. Gardel no necesitaba de ese viaje para arbitrarse recursos, sino que lo hizo por el afán de ayudar a sus amigos.

En Bogotá, Carlitos fue un gran suceso y por eso la gira se iba a prolongar por otras ciudades de Colombia y Venezuela.

El 24 de junio almorzamos en un hotel vecino al campo de aviación de Medellín; a las 14 horas estaba anunciada la partida del avión que debía conducirnos, así que terminamos de comer y nos pusimos en camino al campo de aviación. Carlitos, para eludir las efusividades del pueblo colombiano, salió por la puerta trasera del hotel y tomó con Le Pera un coche que lo condujo al aeródromo de la compañía Saco, donde gran cantidad de público se había aglomerado para despedirlo.

Ya dentro del campo de aviación nos dirigimos al costado del avión trimotor F31, donde ya habían sido colocados los equipajes, las guitarras las llevábamos con nosotros.

Cercana ya la hora de la partida, un grupo de niñas de la sociedad de Bogotá rodeaba a Gardel, al que innumerables fotógrafos lo hacían posar en toda forma; mientras varias personas le pedían fotos y autógrafos, otras le obsequiaban flores. Carlitos estaba muy contento y locuaz, aunque por momentos parecía estar muy preocupado.

Gardel era profundamente fatalista y parece que ese día presentía que “algo” le iba a ocurrir, ese “algo” lo tenía preocupado, aunque él a ciencia cierta no podía justificar ni explicar.

Yo se lo hice notar y Carlitos, visiblemente emocionado, me contestó que no era nada, pero era evidente que alguna nube negra embargaba su alma.

— Mira, hermano, yo no sé si me estaré poniendo viejo, pero te juro que me parece que algo grave va a pasar…

— No seas pesimista, Carlitos, ¿qué puede pasar?

Gardel, por toda respuesta, empezó a entonar suavemente “Mi Buenos Aires querido”.

Un toque de campana y un prolongado silbato le interrumpió la canción a Carlitos y nos anunció que debíamos instalarnos a bordo del trimotor.

Debo advertirle que este avión recién había sido adquirido en Norteamérica y efectuaba su primer viaje a Colombia llevándonos a nosotros como pasajeros; en consecuencia, aún la compañía Saco no conocía la capacidad y características del nuevo avión.

El piloto Samper tampoco conocía bien el comando de la pesada máquina y pese a ser un hombre joven y animoso demostró después su impericia al querer en toda forma hacer que el trimotor remontara vuelo, viendo que la pesada carga no le permitiría despegar de la pista del aeródromo. Lo más sensato hubiera sido suspender el vuelo, pero está escrito que el hombre propone y Dios dispone.

Nuevos abrazos, besos y pañuelos agitándose en amistosa despedida y uno a uno los pasajeros que ya estábamos abordo fuimos sujetados a los asientos con unas correas adaptadas a la cintura del viajero.

Carlitos, siempre pesimista, se dejó pasar el cinto refunfuñando y con un gesto de resignación que me impresionó. Cuando me llegó el turno a mí, me negué a que me ataran el cinturón, pretextando que quería tocar la guitarra.

Parece que Dios me iluminó en ese instante y que no estaba escrito que había llegado mi última hora; esa corazonada que tuve al no dejarme atar es la causa de que yo esté ahora charlando con usted.

Carlitos, al ver que yo no quería ser atado, me miró extrañado. Parece que ese “algo” que él sentía le anunciaba la desgracia.

Serían poco más de las 14 cuando el piloto Samper puso en marcha el gran motor central del avión, que comenzó a deslizarse pesadamente sobre la pista del aeródromo; recorrió así unos cien metros sin conseguir despegar y, en vista de ello, el piloto recurrió a los motores laterales y el ronco gemir de los mismos conmovió el avión.

Carlitos aventuró un chiste bien porteño:

— Che, hermano, este avión es un tranvía Lacroze

Pero el trimotor no levantaba vuelo, estaba demasiado cargado y llevábamos más de tres mil litros de nafta en los tanques. Cien metros más adelante, otro avión de la misma compañía se disponía a levantar vuelo en una ruta cruzada a la nuestra.

Nuevamente Samper movió las palancas del comando y la máquina, esta vez en forma más violenta y rápida, siguió deslizándose por la pista y a medida que avanzaba aumentaba la velocidad sin despegar ni diez centímetros del suelo…

Siguió avanzando más y más… Ahora directamente al gran depósito de gasolina del aeródromo que almacena millares de litros de nafta…

— ¿Qué va a suceder, Dios mío…?

Se oye la voz de Gardel (los gritos que reflejan ya desesperación):

— ¡Oiga, Che, piloto! ¿Dónde nos lleva? ¿Qué le pasa?

Pero Samper no oía ni veía nada, al parecer. El F31 seguía avanzando peligrosamente contra el tanque de gasolina. Veinte metros más adelante, el piloto maniobró desesperadamente con el timón de cola, y el pesado avión, cambiando bruscamente de ruta, se apartó de la pista, y con la velocidad de un rayo embistió al otro avión, que con las hélices batiendo rabiosamente el aire se disponía a partir…

El choque fue horroroso, inenarrable; algo así como si cien quintales de dinamita hubiesen explotado simultáneamente. Yo oí un crujido espantoso y fui lanzado contra una de las paredes de la cabina, al tiempo que un torrente de nafta en llamas inundaba el compartimiento de los pasajeros, los que, desvanecidos, formaban un montón con los escombros y las maletas destrozadas.

¡Fue un instante terrible!

Carlitos, que iba sentado en uno de los primeros asientos de la cabina, estaba inmóvil; lo llamé a gritos, pero no respondió. Estoy seguro que el choque le produjo una conmoción cerebral y murió instantáneamente.

El fuego avanzaba envolviendo todo, todo; yo huía entre las llamas para la parte trasera del avión y al llegar a la cola de la máquina con las manos y los codos conseguí romper los cristales de una ventanilla; el traje me ardía completamente y con horror sentí que el cabello se iba chamuscando.

De pronto, en medio de la hoguera que era el interior de la cabina, oí unos gritos desgarradores, y un cuerpo se irguió de entre las llamas convertido en una tea humana. Era el pobre Riverol hecho una brasa.

— Hermano, sálvame… Aguilar, acordate que tengo ocho hijos…

Su horrendo clamor partía el alma y yo, semiasfixiado por la nafta ardiendo, me arranqué el saco y se lo eché sobre la cabeza, tratando de apagar el fuego que lo calcinaba… ¡Pobre Riverol!

Después… Después… No recuerdo bien lo que pasó; las llamas me bloquearon, estaba sumergido hasta las rodillas en un mar de nafta ardiendo. Hice un supremo esfuerzo e implorando a Dios me arrojé por la ventanilla envuelto en llamas y me desmayé.

Cuando recobré el sentido me encontré sobre el pasto a unos treinta metros de la hoguera que formaban los dos aviones incendiados. Lo primero que atiné fue preguntar por Carlitos, por Barbieri, por Riverol y volví a desmayarme.

¡Pobres amigos! ¡Pobre Carlitos! ¿Por qué no me habré muerto yo también? Por momentos pienso que hubiera sido mejor.

Hasta aquí las declaraciones del sobreviviente.

Cuando hicieron la autopsia a Carlos Gardel encontraron que tenía una bala alojada en un pulmón y de ahí nació la historia de que le habían disparado a bordo de la aeronave en que murió. La realidad es que cuando era joven recibió un balazo que no le pudieron extraer.

Carlitos fue sepultado en el cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires.

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