José Lanzagorta Croche

jlanzagort@yahoo.com

La otra cara del Descubrimiento de América 2

 

(Segunda y última parte)

 

El 12 de octubre de 1492

Todos los marinos, cuando se hacen a la mar, sobre todo un cartógrafo en una aventura de expedición, calculan su derrotero mediante el compás, miden con un flotador la distancia que recorren cada día y  con una cuerda con nudos que tienen tendida a lo largo de la eslora del barco, lanzan por la proa la ampolleta y cuando ésta llega a la popa cuentan los nudos marcados por los segundos de la clepsidra y así calculan su velocidad. Colón sabía, aún cuando les escondiese los verdaderos números a los marinos, que se habían alejado más de lo que la prudencia les hubiese aconsejado navegar. Ya habían tenido un motín a bordo (en la nao que capitaneaba el Almirante), además de haber avistado varias veces islas que resultaban simples formaciones nubosas, o días sin viento que consumían de miedo y desesperación a la tripulación, pues la reverberación del agua en lontananza les afiebraba con imágenes terribles: la visión del fin del mundo. Así, en medio de ansiedad y desesperación, se topan aquel memorable 12 de octubre con una isla del archipiélago de las Bahamas (o Lucayas) cuya ubicación exacta se ha perdido, probablemente sea la pequeña Guahananí, hoy conocida como Watlings Island o tal vez la Grand Caicos. El Almirante de la Mar Océana la bautizó por obvias razones freudianas como San Salvador.

El viernes 12 de octubre de 1492, a las dos de la madrugada, el vigía de La Pinta, Rodrigo de Triana o Juan Rodríguez Bermejo (como también se le conocía), lanzó el ansiado grito de ¡tierra! Esta vez no era un espejismo. En la penumbra de la noche se percibía con claridad la primera tierra americana que para Colón y sus compañeros pertenecía al entorno de las Indias.

Pintura de Salvador Dalí que representa el Descubrimiento de América

Los verdaderos descubridores

Si consideramos que esa isla, así como las subsiguientes encontradas por Colón, estaban habitadas por seres humanos, y que nadie puede descubrir, por más que nunca la haya visto anteriormente, la casa del vecino, no podemos aceptar la aventura de Colón como un descubrimiento (este es un concepto eurocentrista), y ese papel se lo dejaríamos a quienes se aventuraron en el continente americano pasando por el Estrecho de Bering, de lo que era la URSS a lo que hoy es Alaska, o tal vez por el puente natural de islas formadas por el Archipiélago de las Aleutianas, aprovechando la última glaciación conocida como wisconsiniana, que comenzó hace unos 70 mil años y alcanzó su máximo hace 50 mil, a la que siguió un retroceso entre los 28 y 22 mil años, para dar paso a un nuevo avance de los hielos, mayor que el anterior, que culminó hace 18 mil años.

Los siberianos —si nos atenemos a su cultura— eran gente habituada a vivir en condiciones árticas, si pensamos que aún hoy en día, el fondo del Estrecho de Bering, por el Mar de Chukchos es de unos 40 metros de profundidad, y hay pruebas fehacientes para poder asegurar que cuando el mar descendió 50 metros, ambos continentes quedaron unidos por una llanura en la que sobresalían las montañas que ahora son las islas Diomedes; cuando el mar alcanzó su más bajo nivel, entre 100 y 110 metros menos que ahora, afloró una masa terrestre de 1,000 kilómetros en su eje norte-sur, a la cual se le ha dado el nombre de Beringia. Estos aventureros siberianos son LOS VERDADEROS DESCUBRIDORES DE AMÉRICA.

Hablando de la hazaña de Colón, ni siquiera podemos aceptar como eufemísticamente dicen por ahí: “ENCUENTRO DE DOS MUNDOS”. Más bien tiene todo el estilo de un encontronazo, del cual los pueblos de América sacaron la peor parte; basta recordar, como muestra, que a la llegada de Colón había en Haití 1,500,000 habitantes, que en 1495 (bajo su gobierno) habían muerto más de 300,000 y que para 1515 sólo quedaban 60,000.

Al hacer estas acotaciones no tengo ánimo de polemizar, sino de esclarecer un poco la figura de un hombre, Colón, que por los intereses de España, así como los del Vaticano, habían permanecido ocultos.

En 1865, el Papa Pío IX, el primer Papa infalible (entre otras cosas porque en un arrebato y no precisamente de humildad, lo decreta en Bula Pontificia), trató de canonizar a Colón como el Santo de los Navegantes: San Cristóbal Colón, pero el mismo Papa, después de informarse en los archivos del Vaticano, desiste del intento, naturalmente, ya no eran los tiempos en que se canonizó a Santiago, matador de moros (Santiago Matamoros), aún cuando todavía existe en Compostela —campus estela o campo de estrellas— su catedral. El almirante fue visto como un genocida y el Vaticano prefirió no meterse en problemas y mejor dar marcha atrás.

También es falsa la leyenda de la pobreza con que muere Colón, su pobreza no era más que un recurso literario no muy bien escogido, para conmover a los reyes. Basta recordar el arcón con el oro conseguido en Veragua, sumado al oro que laboriosamente extraían los indios de la Española, que le dejó no el 10% como se le había prometido, pero sí el 2.

Cuando muere en Valladolid, el 20 de mayo de 1506, era un hombre rico y bien relacionado, poderoso incluso, rodeado de sus hijos, los primeros condes de Veragua, de su hermano Diego y de algunos fieles, pudo haber tenido en la mente aquel fatídico 12 de octubre del año 1,500, en que fueron aherrojados él y sus dos hermanos y metidos en la sentina del barco que enfiló rumbo a España, en donde tendría que dar cuenta de la gran cantidad de abusos de que era acusado. Y yo me pregunto, ¿qué 12 de octubre celebramos, éste o aquél que culminó 8 años antes?

Colón fue enterrado en el convento franciscano de Valladolid. Algunos años después, su hijo trasladó los restos al monasterio cartujo de Sevilla cumpliendo su última voluntad y fueron llevados a la Española (República Dominicana), donde quedó inhumado en la catedral de Santo Domingo, que se derrumbó en 1673. Los restos que creyeron suyos en 1745, los españoles los llevaron a La Habana y de ahí a la catedral de Sevilla, con lo que concluiría, a la manera del Cid, su quinto y último viaje. Aunque cada vez toma más fuerza la opinión de que no son sus restos, sino los de su hermano Bartolomeo, y que los suyos son los que se encontraron en 1877 en la catedral de Santo Domingo. De ser cierto esto, se podría afirmar que Colón murió sifilítico, de acuerdo al estudio practicado a su osamenta. Y de una vez cabe aclarar que el origen de esta enfermedad no es caribeña, como se quiere hacer creer falazmente. La cuna de la sífilis fue probablemente Nápoles, donde la pescaron franceses y españoles.

De cualquier manera, es indudable que la hazaña de Colón abrió el telón sobre un inmenso choque de civilizaciones, una gran epopeya, compasiva algunas veces, sangrienta las más, pero siempre conflictiva; la destrucción y creación simultáneos de la cultura del Nuevo Mundo.

Los que llegaron antes

A la llegada de los europeos, los indígenas de la costa del noroeste norteamericano y de la Columbia Británica, tenían máscaras ceremoniales de madera, en algunas de las cuales los ojos estaban hechos con monedas chinas, de las del tipo de perforación central rectangular. Es indudable que alguna vez habría llegado una nave china, en arribada forzosa. También en la costa del Ecuador se han encontrado huellas de un probable desembarco o naufragio de origen japonés, de la cultura Jomón de alrededor de 3,000 años A.N.E. Es sabido, sin duda alguna, que hacia el 985 de nuestra era, el navegante noruego Erico el Rojo huye de Islandia con su padre acusado de asesinato y descubre la costa de Groenlandia (Green Land), recorre y explora durante tres años la costa y finalmente, convencido de las bondades de la isla, regresa a Islandia para organizar una expedición de colonos (988), que asentó en los fiordos del oeste de la isla.

También tenemos el trabajo del antropólogo Paul Rivet, quien con sus investigaciones en lingüística y etnografía comparadas, muestra la semejanza de las lenguas australianas con la de los Ona de la Tierra del Fuego y la presencia de una serie de elementos de la cultura americana que son similares a las del área polinesia.

Américo Vespucio

El idioma es la argamasa universal de lo que tenemos consciencia que existe en el mundo, seguramente desde su temprano origen fue empleado como un elemento de magia, nada existe si no tiene nombre, necesitamos darle un nombre para tomar consciencia de su existencia. A la inversa, lo que podemos nombrar se vuelve simple y cotidiano. Tomemos como ejemplo la luz, elemento común en nuestras vidas de la que hasta hace pocos años aún se debatían los físicos tratando de indagar su comportamiento.

Algo similar pasó con el cartógrafo Amérigo Vespucci (1454-1512), navegante florentino que sirvió durante su juventud en una casa comercial de los Médici y en 1492 pasó a la sucursal de Sevilla, donde entró en relación con los círculos marineros. Según su propio relato, realizó cuatro viajes por las costas del nuevo continente, cuya autenticidad había sido muy discutida por motivos religiosos (sólo podían existir tres continentes: Europa,  Asia y África, tres continentes distintos, pero una sola masa de tierra verdadera, así como sólo había un Dios verdadero y tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo). En el primero de sus viajes, realizado en 1497, habría abordado el continente (no las islas) un año antes que Colón, por lo que el cosmógrafo Waldseemuller, sugirió llamar América a las tierras descubiertas y no Indias o Indias Occidentales como se les estaba llamando. La propuesta de Waldseemuller no hubiese tenido gran eco, si no es porque la lucha por la hegemonía entre España e Inglaterra le dio un cariz relevante. Inglaterra se impuso, y el nombre de América le fue dado a las nuevas tierras descubiertas. Era una forma de minimizar a España.

La conquista, fusión sangrienta

Lo que inicialmente hubiera sido un viaje de exploración hacia una ruta comercial menos peligrosa, de momento se transforma en una guerra de conquista. ¿Por qué?, pues porque había riqueza y una civilización menos avanzada desde el punto de vista militar.

En 1519, Hernando de Cortés (1485-1547) sale de Cuba y llega a Yucatán en donde recupera al cura Jerónimo de Aguilar, que por haber naufragado años antes en una expedición al mando de Francisco Hernández de Córdoba, había aprendido el maya. El tres de mayo llegan a Chalchihueyecan y fundan el municipio de la Vera Cruz, artilugio leguleyo para desconocer al gobernador de Cuba, Diego Velázquez, y depender directamente de la corona española. En Zempoala se da cuenta que el imperio  que tiene sojuzgados a los naturales tiene su talón de Aquiles en el odio que sienten sus vasallos hacia ellos. Desarma sus barcos, no los quema, pues lo que llevan estos le puede ser útil y después de una serie de vicisitudes emprende el camino hacia la parte alta, en donde vive el Huey Tlatoani, el sumo sacerdote y emperador de los naturales.

Un poco antes, el 12 de marzo, cuando pasa por los confines del actual Tabasco fue obsequiado con 20 indígenas para que le sirvieran de naborías, al darse cuenta Cortés que una de ellas, llamada Malinalli, habla el náhuatl además de el maya, establece el puente natural de comunicación, valido de Aguilar (español-maya) y Malinalli (maya-náhuatl) que le fuera de tanta utilidad en los inicios de la conquista.

Por cierto que el corrupto vocablo de “Tabasco”, cuya verdadera significación se desconoce, viene del nombre del cacique Tabzcoob, ya que el lugar era conocido por los naturales como Champotón y los cronistas de la época le llamaron Potonchán. Curiosamente, en el monumento erigido a Cortés  en su tierra, Medellín de Extremadura, aparece mencionado como “Señor de Tebasco”.

Existe una versión cuya posible veracidad no me ha sido dado constatar. Apareció en un periódico en 1993 y según la publicación se llevaron a la Malinche a Cuba con el segundo viaje de expedición, el de Juan de Grijalva y allí aprendió el español y, naturalmente, regresó con Cortés. Afirma también el periódico que existen a la fecha documentos que avalan todo esto y que posteriormente se publicaría un libro con todo el material. Argumentan que si no se conoció esto en los papeles de la época, fue porque conscientemente lo ocultaron los conquistadores para que la epopeya fuese más grande aún. Alguno de los argumentos que recuerdo es que cuando llegan a Cozumel preguntan por los sobrevivientes de un naufragio (es decir por Guerrero o Aguilar), pero cuestiona el articulista: ¿Cómo es que alguien sabe que hay sobrevivientes de un naufragio? Y más, ¿Cómo saben que el naufragio fue en ese lugar? Concluyen que alguien se los dijo y ese alguien es Malinalli.

Lo que pasó después, hasta la caída de Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, es bastante conocido y no creo pertinente abundar en este momento en ello. Sabemos que Quetzalcóatl, el dios civilizador, se fue en un año ce acátl (uno-caña) y que dijo que regresaría, y a su vez Cortés llegó en un año ce acátl para el calendario del mundo azteca, que una serie de premoniciones presagiaba inminente fin al pueblo azteca. El mar, la montaña y el aire mismo temblaban con premoniciones. ¡Quetzalcóatl iba a regresar!

Moctezuma se negó a abandonar su aceptación fatal de la divinidad española. Si el rey era un prisionero, sus carceleros tenían que ser dioses. Si Moctezuma y su pueblo eran despojados, los dioses sólo tomaban lo que era suyo. Cuando finalmente fue apedreado a muerte por su propio pueblo, en junio de 1520, Moctezuma debió aceptarlo como un capítulo más de la fatalidad. El rey azteca sabía bien que el poder no se compartía con los dioses. Moctezuma y sus predecesores se habían sentado solos en la cima de la pirámide de México durante 200 años. Ignoraba muchas cosas pero no que en México el poder se ejerce verticalmente, y lo ejerce un solo hombre. No hay lugar para más de uno en el pináculo de la pirámide mexicana. Esto es tan casi cierto hoy como lo era en 1519.

Imaginemos hipotéticamente el choque de la conquista entre dos hombres: un soldado español y un guerrero indígena. El guerrero vería a un hombre blanco y barbado, un Quetzalcóatl sañudo y cubierto de sangre, de la propia sangre indígena. Vengativo y colérico, como corresponde a un dios que regresa por sus fueros y encuentra su trono gobernado por hombres, mismos que destrozará con saña, pues ningún sacrificio es suficiente para aplacar al dios redivivo. Por su parte, el soldado español  vería que  llega a los mismísimos infiernos, pelea contra los propios diablos, contra aquellos que sacan corazones y los ofrecen calientes y palpitando, humeantes aún, a dioses paganos. Hombres crueles y salvajes que les recuerdan la concepción renacentista de los círculos del infierno.

Joel Roberts Poinssett, o la exaltación del pasado indígena

En marzo de 1803 viene Humboldt a México, después de estar un tiempo en esta tierra pasa a los Estados Unidos y un día cualquiera desayuna con el presidente de esta nación, quien le inquiere acerca de México, ese país tan cercano y tan desconocido. Quiere saber sobre su crecimiento, su poder, la gente que lo conforma. Que no vaya a crecer mucho —debe haber pensado—, que les dé tiempo a los polluelos del Águila Calva, a los hombres del Destino Manifiesto, a que crezcan y puedan engullir un buen bocado.

En 1822, Poinssett es requerido para ir a México en misión secreta con el fin de informar sobre la situación que prevalecía en el imperio de Iturbide. Tres años después, el presidente Quincy Adams lo nombra enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de EUA en México y el primero de junio presenta sus cartas credenciales al presidente Victoria. A partir de este momento, Poinssett desarrolla una gran actividad para intervenir en los asuntos domésticos de la nación. Participa para construir y legalizar la logia masónica del Rito Yorkino como contraposición a la del Rito Escocés, coadyuva al triunfo de Vicente Guerrero al estallar la Revolución de la Acordada, ocupa su influencia en todo lo que le es posible para conseguir la expulsión de los españoles en 1828 y participa con singular entusiasmo en todo lo que tenga que ver con la exaltación de nuestro pasado indígena y la denostación de lo español. Y como dice el tango aquél, "la historia vuelve a repetirse", así como España perdió más de lo que ganó cuando echó a los judíos de su suelo, México quedó sumido en la más absoluta miseria y perdió una gran cantidad de hombres capaces al propiciar la salida de los españoles, factor importante para aumentar el divisionismo.

Conclusiones

Ha pasado más de medio milenio desde el momento en que nos integramos a la cultura occidental, hubo matanzas y crueldad, pero también mestizaje y entendimiento.

Denostar nuestro pasado europeo para exaltar el indígena, es tan malo como aferrarnos a nuestro legado español. Un árbol no puede crecer sin raíces, pero sin tallo, no tiene razón de ser.

Aprendamos la lección, un pueblo al que le quitan una parte de su pasado —ya sea español o indígena— es un pueblo sin historia, o en el mejor casos, con una historia deforme. Recordemos que somos productos del mestizaje y procuremos calibrar en su exacta dimensión un hecho que a casi 500 años de distancia todavía causa polémica.

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