José Lanzagorta Croche

jlanzagort@yahoo.com

Las malas palabras

Con la llegada del nuevo año, mucha gente aprovecha estas fechas para prometerse una serie de cambios en su vida, cambios que, casi nunca llegan, pero de todos modos, es digno de señalar que psicológicamente, el inicio de una nueva etapa sirve para razonar lo que hemos hecho y ésta introspección nos da una radiografía de cómo nuestra conciencia nos hace ver algunos errores cometidos en nuestra vida, tal vez no lo hemos conceptualizado en nuestras mentes, pero así es como uno se inicia en la filosofía...  preguntándonos cosas de afuera y también haciéndolo para las cosas de adentro, sin embargo, como generalmente nuestro razonamiento es superficial, nuestras preocupaciones serán acordes con esto, se lo comento para que estimule su curiosidad en el preguntarse cosas y tal vez, andando el tiempo, usted también disfrute de la filosofía, no hablo de situaciones complejas, la filosofía es útil y amena hasta en lo cotidiano. Las cosas que generalmente nos mueven a reflexión en el fin de año  son cosas como bajar de peso o dejar de fumar, pero también el inicio del año pudiera ser un buen momento psicológico para tener, o proponerse tener cambios intelectuales, es por esto que yo me voy a proponer aprender a decir malas palabras, ya que la educación que recibiera de mi casa no me permitió que las utilizara con comodidad, las conocía, sí, pero era mal vista su utilización, pero ahora, ya viejo, me propongo cada día ser mejor para cometer mis errores.

 

Ciertamente no sé por qué la gente las bautizó de ese modo, la verdad es que a mí me gustan mucho y comparto esa escatológica manía con Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, José Agustín, Carlos Fuentes, Enrique Serna o Camilo José Cela, por mencionar algunos solamente. Tiene la “cultura” y la “buena educación” gran influencia sobre la represión y la libertad del pensamiento, tal parece que “la conciencia” de los individuos que llegan a la cumbre del éxito económico, quisiera suavizar sus expresiones y su rudeza y, de manera gazmoña, procurando darle belleza a su escaso vocabulario, le expurgan todas las palabras que tengan algún significado que ellos consideren impropio, esto se da por un esnobismo propio de las clases ascendentes en la escala social y admitámoslo, todo lo que modifica nuestra percepción, modifica nuestra inteligencia. El uso de las malas palabras rebela un espíritu menos remilgado y más robusto.

 

En realidad no tengo bien claro lo que significa la expresión “Malas palabras”, Jorge Ibargüengoitia con ese brillo socarrón que le caracterizaba, también declaraba su incomprensión para esta frase. ¿Acaso son malas porque les pegan a las buenas? se preguntaba y algo de ello habrá seguramente, porque las buenas, palidecen ante el halo pecaminoso de las otras, ante el influjo que las hace ser más notorias, ante la libertad que respiran.

 

Lo cierto es que el lenguaje no contempla casi ninguna mala palabra, y es la inflexión, al acento, la forma sesgada o velada de decir palabras ordinarias lo que hace que el aludido sepa que le están espetando una grosería, probablemente porque ha irritado a su interlocutor, y que éste se desquita soltando su propia retahíla de insultos. Todo lo escatológico es tabú, es por esto que todo lo que haga una alusión a cosas excrementicias tienen que ser pronunciadas en sordina, con tonos apagados o con inflexiones que remarquen la palabra fuera del contexto de las otras. Siempre me he preguntado ¿a qué se debe que en nuestras mentes los actos biológicos se consideren tan indecorosos?, imagino que porque los grandes dignatarios sentirían reducir su dignidad si se les pensara defecando, es por esto mi simpatía por “El ánima de Sayula”, cuya rima popular refresca lo prohibido por las buenas maneras. Dice Arango que “La franqueza en materia escatológica es siempre iconoclasta, derriba ídolos, su virtud es siempre desvanecedora de mitos. Nadie es héroe para su valet, decía Napoleón”. Cuanta razón tenía Nietzsche cuando dijo que no necesitamos una interpretación moral de la naturaleza, sino una interpretación natural de la moral.

 

Las malas palabras cuando son bien dichas (y ¿así se volverán buenas?), llevan generalmente una dosis de ironía, humor o inteligencia que denotan la fuerza expresiva del idioma y entonces observamos que el ingenio campea junto a ellas dándole unas tonalidades deliciosas.

 

Sor Juana, monja jerónima que, no obstante su condición humilde y de vivir recluida en un convento, gozaba de la amistad de los virreyes, también nos regala entre sus escritos algún juego calamburero. La pretensión de mi comentario es subrayar que, independientemente de su condición de monja y su trato con la más alta nobleza novohispana, y aunque autodidacta, no tuvo una obtusa formación intelectual y por eso podemos leer algo de su ingenio irónico que, si bien es cierto no utiliza malas palabras en sentido estricto, sí aprovecha los juegos calambures para decir cosas con una doble intención, que a lo mejor “las buenas costumbres” de la época verían con espanto.

 

Aunque eres, Teresilla, tan muchacha

le das quehacer al pobre de Camacho,

porque dará tu disimulo un cacho

a aquel que se pintare más sin tacha.

 

De los empleos que tu amor despacha

Anda el triste cargado como un macho,

y tiene tan crecido ya el penacho

que ya no puede entrar si no se agacha.

 

Estás a hacerle burlas ya tan ducha,

y a salir de ellas bien estás tan hecha,

que de lo que tu vientre desembucha

 

sabes darle a entender, cuando sospecha,

que has hecho, por hacer su hacienda mucha,

                           de ajena siembra, suya la cosecha.   

 

Quevedo tiene un pequeño texto de 8 páginas ­¿se pudiese pensar que por la escasa dimensión del texto pudiéramos llamarlo textículo? O, tal vez, acá mejor que nunca, a estas pocas letras, pequeñas en cantidad, aunque no así en calidad, se les pudiese decir acertadamente “letrinas”, la verdad que estas cosas no las puedo responder, pero su libraco, intitulado “Gracias y desgracias del ojo del culo” cuyo simple título es suficiente mencionar para ver cuán lejanos están los remilgos de esa falsa “buena educación”, con la literatura de los grandes hombres, comenta algunas cosas interesantes como que... “Claudio César, emperador romano, promulgó un edicto mandando a todos, pena de la vida, que (aunque estuviesen comiendo con él) no detuviesen el pedo, conociendo lo importante que era para la salud.” En algún momento dice que sin ser abeja, hace cera o cerote (que así dicen de los medrosos) y al comentar las desgracias del culo, dice que “da el otro extranjero en caballerear, bizarrear y servir a damas y
 traer mucha bambolla y fausto, falta a los negocios y pierde el crédito y lo que pecaron los miembros genitales lo paga el inocente culo. Pues al punto dicen: "Fulano ya dio de culo".

 

Es sabido que Renato Leduc respondía a sus críticos, que lo tachaban de malhablado, aseverando que las malas palabras las había aprendido de los escritores del siglo de oro español, cosas veredes Sancho.

 

No hay gusto más descansado que después de haber cagado

Las culturas primitivas, al igual que los niños, sacralizan y admiran sus deyecciones ya que, aceptémoslo, es la primera obra creada por el niño, sustancia plástica con la que jugarían si no tuvieran un adulto que los “eduque” y “enseñe” buenos modales. En México tenemos a Tlazolteotl, deidad simbolizada con una figura femenina, que tiene un extraordinario mojón que, saliendo de su ano, da la vuelta y llega a su boca, como esas serpientes que se devoran a sí mismas y bien podría ser considerada, en estos tiempos, como la diosa de los ecologistas, todo lo come para después ser comida. Curiosamente y para delicia del ávido lector que busque dioses a quién encomendarse, era también la deidad que presidía los placeres del amor y de la carne, recordemos que Circe, la famosa hechicera conocida por la participación que tiene en el desarrollo de la novela épica de Homero, La Odisea, y que retuviera con sus placeres amorosos durante algún tiempo a Ulises. De ella se decía que volvía cerdos a sus amantes, considero que si los dioses, por boca de sus hechiceras, nos enseñan cuál es la manera de hacer el amor, tendremos un motivo más para sentir admiración y deseos de imitación por la cultura griega.

 

Regresando a los vocablos que hablan de las heces, nos encontramos que la palabra cuitla significa excremento en náhuatl, como en Cuitláhuac, que significa caca seca, porque  seco es el valle del Anáhuac, o cuitlacoche que significa caca del huerto, porque este hongo, el Ustilago maydis, al crecer en las mazorcas da la impresión de que un pájaro las cagó, o la palabra teocuitla, es decir caca de los dioses, representa al oro y así, de esa manera se acerca al psicoanálisis, que nos dice que el soñar con excrementos es el equivalente a soñar con riquezas, por cierto y permítame esta ligera desviación, señala Bruno Bettelheim en su excelente libro de “Psicoanálisis del cuento de hadas” que el sapo que aparece en los cuentos infantiles, en realidad en términos psicoanalíticos representa el escroto, yo me pregunto y tal vez alguien me quiera responder... ¿qué hacía una pequeña e inocente princesa besando un escroto? La franqueza en materia escatológica es siempre iconoclasta.

 

Generalmente las malas palabras son simplemente vocablos  que no tienen mayor carga que las que les da la entonación y sentido en que se emplean, sin que, si atendemos a su significado, sean verdaderamente ofensivas, así tenemos que, para ofender a alguien le llamamos pendejo, sin reparar que su escueto significado viene del latín vulgar pectiniculus, que a su vez viene de pecten, pectinis, pelo que nace en el pubis o en las axilas, tendría más precisión ofender a alguien diciéndole que es de cortas luces, o que si se siente brillante es porque es una vela de sebo en un cuarto oscuro, pero que a la luz del día, su cortedad no deslumbra a nadie. Alguna vez, molesto porque mis alumnos no acababan de entender  lo que les explicaba, les dije que no se preocuparan, que si esos conceptos les parecían muy difíciles de comprender, era algo que no tenía gran importancia, que se necesitaba mucha gente que no comprendiera los temas intrincados para que de allí surgiera uno que lo llegase a entender y lo pudiese explicar después, que eso era algo natural, que ellos eran algo así como el fertilizante de los sabios, pues gracias a esas masas enormes de gente que no comprendía crecía en algún lugar la inteligencia, es decir les dije que eran excremento, pero la manera suave en que lo hice les permitió sentirse a gusto con los calificativos que les endilgué, por eso asevero que las groserías son más que otra cosa, palabras vanas a las que les hemos dado el poder de ofender.

 

Un día, oí decir en una fiesta a una dama encopetada, (de esas que todavía se peinan con un look a la Margie Simpson) que ella tenía un “esposo modelo”, lo que me dio pie para decirle: señora, si esta persona de quien habla se entera de lo que está diciendo, seguramente le dará vergüenza esa confesión. Mi comentario le gustó a la dama porque satisfacía ampliamente su vanidad, sin embargo, modelo, se define, según el diccionario como: “imitación de la realidad” y eso, equivaldría a dar como declaración, si es que habláramos correctamente, que ella estaba contando que tenía un amante, ¿o que otra cosa puede significar vivir con un hombre que es una imitación de la realidad?

 

Camilo José Cela, escribe unos versos cuya picardía me trae a la memoria su desapego a las formas mojigatas, afortunadamente siempre la inteligencia se deslinda de estas tonterías y nos regala frescos y divertidos escritos, en este caso, aprovecha jocosamente el altruismo de la donación de órganos para dispararnos una pieza poética muy divertida.

 

La donación de mis órganos

CAMILO JOSE CELA

Quiero el día que yo muera

poder donar mis riñones,

mis ojos y mis pulmones.

Que se los den a cualquiera.

Si hay un paciente que espera

por lo que yo ofrezco aquí

espero que se haga así

para salvar una vida.

Si ya no he de respirar,

que otro respire por mí.

Donaré mi corazón

para algún pecho cansado

que quiera ser restaurado

y entrar de nuevo en acción.

Hago firme donación

y que se cumpla confío

antes de sentirlo frío,

roto, podrido y maltrecho

que lata desde otro pecho

si ya no late en el mío.

La pinga la donaré

y que se la den a un caído

y levante poseído

el vigor que disfruté.

Pero pido que después

se la pongan a un jinete,

de esos que les gusta brete.

Eso sería gran cosa,

yo descansando en fosa

y mi pinga dando fuete.

Y entre otras donaciones

me niego a donar la boca,

pues hay algo que me choca

por poderosas razones.

Sé de quien en ocasiones

habla mucha bobería;

mama lo que no debía

y prefiero que se pierda

antes que algún comemierda

mame con la boca mía.

El culo no donaré,

pues siempre existe un confuso

que pueda darle mal uso

al culo que yo doné.

Muchos años lo cuidé

lavándomelo a menudo.

Para que un cirujano chulo

en dicha transplantación

se lo ponga a un maricón
y muerto me den por el culo.

 

Por su precisión lingüística, hay dos términos entre las groserías que me parecen impecables, carajo y chingar. El primero es un término náutico que viene del portugués caralho, y alude a la pequeña cesta que se encontraba en lo alto del mástil mayor del navío y desde donde los vigías dominaban el horizonte a la búsqueda de señales o peligros, por su altura, el vaivén natural de las embarcaciones hacía del carajo un sitio en donde se manifestaba esta situación con mayor intensidad, aunado al hecho de que quien allí iba, tenía que permanecer sumamente atento a cualquier peligro que pudiese hacer naufragar al barco lo que lo hacía un lugar de castigo, por eso el capitán mandaba al carajo a quien lo estuviese molestando y el nombre del enhiesto mástil al que el marino se tenía que subir, se lo reservo porque una clara sonrisa me permite intuir que este nombre no le es desconocido.

 

Chingar viene según Corominas de una voz caló que significa cingarar, pelear, que significa literalmente agarrarse de los pelos, hay otra posibilidad lingüística, ésta llega del árabe y es tomada a su vez del turco kingani, se cree que sea de origen prehelénico y que se utilizaba para referirse a los gitanos o cíngaros que eran hábiles ladrones, de donde robar significaría chingar, acepción que indudablemente conserva ­-puede ser cierta- pero no es la voz que a mí me gusta, a la que yo quiero aludir, la busqué y no la pude encontrar, así que hablaré de ella de memoria, que es lo mismo que citar de olvido, se dice que es caribe, que se usaba en el batey, la palabra es chingaxtle o chingastle y servía para designar los lodos que quedaban de la molienda de la caña de azúcar, de ser correcto mi recuerdo, chingar sería el equivalente a moler en extremo, hasta no dejar más que una sustancia lodosa, algo así. En Chile, la misma palabra tiene un significado muy específico y se refiere a algo fallido, por ejemplo una bomba que no estalló o un pan que no esponjó, si eso pasa, se chingó.  

 

Dentro de las chabacanerías propias de estos censores del buen hablar, la palabra huevo -sobre todo su plural- resulta de muy mal gusto, seguramente que no por ser el medio de reproducción de las aves y algún despistado mamífero, sino porque ésta palabra, que ya reporta el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) en su aumentativo “huevón”, significando en su primera acepción perezoso, holgazán, también tiene el significado de testículo, no acotado por el Diccionario, pero sí en el habla popular, prohibitiva palabra que sólo el escucharla haría sonrojarse seguramente a la reina Victoria, quien cuando hablaba con sus íntimos acerca de la música de cámara (¿sabría que música de cámara significa de recámara?) decía un quinteto de cuerdas más uno, para evitar decir la palabra sexteto (sextet) de fuerte alusión sexual. Sin embargo para los chilenos es común hoy en día saludar con un:  “qué pasó huevón”, dándose el caso en que las malas palabras de acá, no lo son en otro país, lo mismo se podría decir de la fruta bomba en Cuba o papaya en México, que siendo vegetal en nuestro país, en Cuba es el órgano sexual femenino, por eso Nicolás Guillén en un poema dice:

 

Papaya

La papaya

animal

vegetal

no es cierto

que conozca el pecado original.

Cuanto se diga,

mírenla,

es pura coincidencia. Sucia

literatura

que han padecido por igual

la calabaza y la sandía.

Cosas, en fin, de la abstinencia

(senil o juvenil)

sexual.

 

O la cajeta, que para nosotros es un dulce de leche de cabra y para los argentinos es la vagina, si alguien averiguase el contenido freudiano que tiene estos términos y sus conexiones, que me los explique.

 

Y si hablar de huevos causa molestia, hablar de uebos debe ocasionar escozor por el abuso en la ortografea, pero ésta no es una mala palabra, aunque sí un anacronismo, ya que es un sustantivo arcaico que significa: “necesario”. Su última aparición apenas data de 1297 y la consigna la página de El Castellano.org de la siguiente manera:

 

“Quantos nunqa venién, de qualquier malatía,

éstos eran cutiano e muchos cada día,

untávanlos con ello, e avién mejoría,

nunqa lis era uebos buscar otra mengía.

 

Lo que en el español de hoy significa:

 

Cuántos venían en cualquier momento, por cualquier enfermedad,

éstos eran cotidianos y muchos cada día

untábanlos con ello y experimentaban mejoría

nunca les era necesario buscar otro remedio.”   

 

Con lo que usted podría decir sin faltar al decoro del bien hablar: por mis uebos quiero que se callen, y ningún purista del idioma diría de usted que ha faltado a la cortesía. Creo que el español está resultando más lépero de lo que nos imaginábamos antes, y si huebra significa el espacio que se ara en un día, y viene de la palabra obra, obrón, su aumentativo, sería tan correcto como huebrón que significa precisamente lo contrario del vocablo tan conocido por usted, como poco usado, seguramente.

 

De las tres hermanas gorgonas -Medusa, Esteno y Euriale- sólo Medusa era mortal, Perseo, el hijo de Júpiter la decapitó utilizando un escudo pulido como espejo, para evitar mirarla y volverse de piedra. Freud no pudo resistirse a este mito y no dudó en reiterar una ecuación descubierta por el psicoanálisis: la decapitación es la castración, la amenaza más angustiosa que pueda padecer el hombre. Por eso me parece notable que los órganos genitales mismos casi nunca sean considerados bellos, pese al invariable efecto excitante de su contemplación, nuestra cultura ha desviado este sentimiento y lo ha depositado en los caracteres sexuales secundarios, como caderas y senos.

 

Putto significa angelote en italiano y a cupido, el dios del amor, le dicen putinno, será que para los italianos el amor son puterías, o que nuevamente nos enfrentamos a una palabra anodina (perdón por usar un término que tenga “ano” cuando se habla de estos voquibles) vestida por el resplandor de mala. En nuestro español, usar la palabra con la idea de concubinato con personas del mismo sexo también se da, pero es la cuarta acepción. Coloquialmente, oxte, puto, es una expresión que denota el esfuerzo que se hace por no ser el último en una competencia (por lo menos eso es lo que dicen los lascivos académicos del lenguaje) y diga usted si no son lascivos los catedráticos de la academia del lenguaje, si a la “Y” le llaman conjunción copulativa, término absolutamente salaz y de lujuria mal disfrazada, ¿será porque mantiene abiertas las piernas en lo alto?

 

Alguna vez, un individuo comentó que él era un cabrón, le dije que era admirable su desfachatez al aceptarlo, pero que no tenía por qué andarse desnudando con esa información, porque alguien podría usarla en su beneficio, naturalmente no entendió la ironía y continuó exhibiéndose, sin embargo, de la palabra cabrón,  dice el diccionario lo siguiente: Macho cabrío. Y en su segunda acepción, el que consiente el adulterio de su mujer. Así que tenga mucho cuidado con algunas palabras cuyo significado no conozca bien, no sea que le tomen la palabra, esto da pábulo, como bien me lo señaló Oscar Fernández a reconocer lo volátil que es el idioma y más en materia del significado de las malas palabras, ya que en la vida cotidiana, casi todo el mundo le da a cabrón el significado opuesto al que señala el DRAE.

 

Bueno, si ya quedó claro el significado de cabrón,  a veces hay homofonías simpáticas, existe un arbusto lleno de espinas llamado cambrón, en la Primera Guerra, cuando  se puso de moda hacer barricadas con alambre de púas, a estas barricadas se les dio el nombre de cambrones y claro, el que caía en ellos se encambronaba, además de lo que usted está pensando. 

 

Imbécil significa en realidad sin bastón, y viene de in baculum y metafóricamente habla del individuo que necesita ayuda para poder moverse, hubo excesos en el uso de esta palabra, particularmente durante el barroco en que, como forma de cortesía, el huésped le llamaba imbécil a la casa y apostillaba “bien venidos a su imbécil casa”, es decir -supongo- a esta casa que no se puede sostener sin la cortesía de su presencia.

 

Hoy en día, la gordura es grosería, cuando antes era gracia, porque llena de gracia era llena de grasa, las grasas eran las reservas para poder aguantar una enfermedad que a un flaco lo hubiesen consumido, hoy, con el advenimiento de la penicilina y después los antibióticos de las siguientes generaciones, lo saludable es ser delgado y eso de: gordita... bonita, o el dicho aquél de “que bonito caballo, estará gordito, dijo el cieguito” han pasado al cajón de lo obsoleto, sin embargo, Enrique Serna, haciendo caso omiso a esta conseja moderna, escribe un himno a la celulitis que dice:

 

Deja la carne dura

para el recio colmillo de las fieras

y cata la blandura de las asentaderas

que tiemblan como líquidas esferas.

 

Ignora las mudanzas

del gusto popular y rastacuero.

Sigue las enseñanzas de Rubens y Botero

en materia de busto y de trasero.

 

Si el vulgar desatino

del firme glúteo venerar te abruma,

recuerda que previno

la hija de la espuma

a batallas de amor, nalgas de pluma.

 

¡Oh esponjas del deseo

colchón para los huesos de la amada

de los ojos recreo,

de los dedos almohada,

cremosa invitación a la nalgada!

 

Mueran las saltarinas

esclavas del aeróbic y las dietas

Jane Fonda y sus cretinas

desnalgadas atletas,

sin garbo, sin sabor, sin sal, sin tetas.

 

Vivan las adiposas

adoratrices del esfuerzo nulo

que dejan las odiosas

fatigas para el mulo

y comen todo lo que engorda el culo.

 

Me acojo a la inteligencia y buena voluntad de los lectores, y espero que no se hayan quedado con la idea de que han recorrido unas páginas cuya escatológica presencia los tenía molestos y el terminar de leerlas les haya permitido un descanso y así, como lo comenta Armando Jiménez en su célebre, aunque ya envejecido libro “Picardía mexicana”, usted diga como él: “He leído tus poemas y después he descansado, como si hubiera zurrado, un mojón de vara y media.”

 

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