Alfonso Diez García

Cronista de Tlapacoyan

alfonso@codigodiez.mx

Asesino a sueldo

* "Le disparé de lleno en la cara, nomás estiré la mano…"

* Por "una lana", la muerte tiene permiso

* "Conocemos todas las brechas. A veces hasta el "26" nos volábamos…"

 

¿Cómo funciona la mente criminal? Depende, desde luego de muchos factores: nivel social, educación, motivos. ¿Y el asesino a sueldo? ¿Y quien lo contrata? Una mujer de Estados Unidos, de Grand Rapids, Michigan, publicó un anuncio solicitando un asesino a sueldo para matar a la esposa de su amante. Fue arrestada, desde luego. El anuncio llevaba la fotografía que se muestra abajo.

 

El pasado mes de septiembre de 2013 publiqué en estas páginas una crónica que por su extensión se tuvo que dividir en dos partes, su título fue: "Asesinato por encargo". En ésta di a conocer la investigación, ampliada y actualizada, que realicé cuando asesinaron al líder cañero y diputado federal Roque Spinozo Foglia, junto a sus primos, César y Sergio Spinozo Corral, el 25 de noviembre de 1984, cerca de Nautla. Relaté también lo que sucedió en Tlapacoyan alrededor de estos hechos. El reportaje respectivo lo publiqué inicialmente en el semanario Quehacer Político. Resultaron implicados los hermanos Izquierdo Ebrard, como autores intelectuales del asesinato, y FelipeLagunes y su "Sonora Matancera", como ejecutores.

 

Un lector de la región me acaba de escribir y me dio dos datos: Uno, que a los Izquierdo Ebrard "tanto los responsabilizaron que sacaron un desplegado de una página en el Excélsior, en esa  época el diario más influyente de México, donde enumeraron una larga lista de razones de porqué ellos no fueron los responsable del atentado", "muy bien redactado, por cierto". "La duda se fortaleció, considerando que hay un adagio en criminalística que dice: el que se excusa se acusa". Y Dos: que "el asesino material fue alguien apodado 'El Jaiba', "que actuó por órdenes del señor gobernador" de entonces; pero asegura que poco tiempo después del atentado "El Jaiba" apareció muerto.

Antes, me escribió uno de los que mencioné en el reportaje que afirma que efectivamente él fue sicario de los contratados para ejecutar el asesinato en cuestión.

Me aseguró que había tomado conciencia de los errores cometidos en su juventud y quería decirme cómo había sido su vida tras los asesinatos porque ahora es padre y tiene nietos que no quisiera que siguieran su camino. Ellos viven en Martínez de la Torre, él en otra parte. Me pidió que no revelara su nombre, así que llamémosle Tomás. Nos vimos en Perote.

¿Dice la verdad?. Parece ser que sí, pero no pondría la mano en el fuego y de cualquier manera se trata de un testimonio que nos ayuda a comprender, nos da armas para enfrentar sucesos como los que hoy se repiten.

Los datos que me dio para ubicarlo concuerdan, está solo en una mesa, yo voy acompañado. Tras los saludos de rigor, le pregunté dónde vivía, me dijo dónde, pero me pidió que tampoco lo revelara. Pide una cerveza fría que yo encuentro inexplicable, prefiero mi chocolate caliente.

— ¿Qué hizo usted tras los asesinatos?, le pregunté

Nos fuimos todos para Guadalajara. Regresé dos veces al estado (Veracruz), hace años y ya hasta ahora. Usted dice que Felipe Lagunes era nuestro jefe y efectivamente, había entre nosotros algunos que trabajaban para él, pero él no estuvo con nosotros el día del asesinato.

— ¿Para quién trabajaba usted?

Si se lo digo, puede resultar comprometedor, créame, porque todavía vive. Pero ya lo dijo en lo que sacó. Es de Sinaloa y está preso. Déjelo así nada más.

— Pero usted es veracruzano:

— Sí, como le dije, de Martínez de la Torre.

— ¿Siguió usted trabajando en lo mismo?

En parte, porque ya no estuve con el que le digo, pero con el que empecé a trabajar me llevaba para el otro lado.

— ¿A Estados Unidos?

Sí, se gastaba mucha lana.

— ¿Comprando qué?

Coches, videos, teles, armas, cartuchos.

— Tengo entendido que las armas y las balas no se pueden comprar en Estados Unidos y menos pasar a México.

No se puede, pero éste sí podía. Por lo menos tres veces nos trajimos la camioneta bien llena de armas…

— ¿Para quién eran?

Le digo que mejor no le digo nombres. A uno de ellos lo vi varias veces porque me mandaba mi patrón a traerle cosas; nada más una vez le traje armas, pero pocas.

— ¿Cuántas, de qué tipo?

— Pistolas y cajas de cartuchos…

— Me aseguró usted antes que éste también lo quería contratar.

Sí. Precisamente la vez que le traje las pistolas me llamó aparte y me dijo que ya sabía que mi jefe me tenía mucha confianza, que si me quería yo ganar una buena lana con él. Yo le dije que sí como no, que de qué se trataba y que si me convenía le iba yo a dar las gracias a mi patrón. El me dijo que ya sabía que "llevaba yo varios" y que él me iba a dar una buena lana si  le hacía yo el servicio. Hasta ahí le agarré la onda de que quería que matara yo a alguien, pero también me di cuenta de que me estaba tanteando porque no creo que le hayan dado esos datos sobre mi.

— ¿A quién quería que usted matara?

A uno de Veracruz. Yo le dije que por qué yo, y él me dijo que porque los suyos ya eran muy conocidos y que el cuate ya se había pasado, el que quería que matara. Para no hacerle el cuento largo, le agarré el dinero y le dijo a otro que se pusiera de acuerdo conmigo para salir juntos al encargo. Total que nos fuimos y la mera verdad, llegando, a mí me agarró mucho miedo, pero ni modo, soy hombre y ya me había comprometido. Dos días vigilamos al cuate, pero no pudimos hacer nada. El otro me decía que me esperara, que había que estar seguros para que no nos pasara nada. Dos días más este cuate no se apareció, así que nos tuvimos  que esperar para el lunes, pero el otro no me dijo nada hasta el mero domingo, yo creo que se dio cuenta de que andaba yo chiveadón y si me decía el viernes que nos íbamos a esperar hasta el lunes me hubiera yo regresado a arreglar unas cosas.

— ¿Quién era el cuate?

El que iba yo a matar, no me acuerdo como se llamaba, no me dijeron su nombre pero yo me di cuenta cómo se llamaba, pero no me acuerdo, ahorita le digo.

— ¿Y lo mató?

Sí. El lunes lo seguimos por la carretera. Íbamos el otro y yo en una pickup con vidrios muy gruesos en las ventanas, así que si nos disparaban no nos iban a hacer nada. Los rebasamos y como yo iba del lado derecho le disparé de lleno en la cara, nomás estiré la mano.

Es pasmosa la facilidad con que el entrevistado relata "su hazaña", digna de un psicópata. Pareciera que en ciertos niveles la vida no vale nada, como decía José Alfredo Jiménez.

— ¿Y luego, qué pasó?

Se fueron a la cuneta y nosotros nos paramos adelante para revisar los cuerpos, que no quedara nadie vivo.

— Se fueron ¿Quiénes?

Al que íbamos a matar lo acompañaba otro que siempre andaba con él. Cuando nos acercamos ya estaba saliendo del carro, pero también le dimos.

— ¿Después…?

Nos seguimos y nos quedamos en un hotel que tiene alberca. Agarramos dos cuartos, el otro pagó por adelantado. Al otro día, desayunamos y el otro me dijo que tenía que hacer, que nos veíamos en Guadalajara. Yo de plano ya no regresé, tenía dos semanas que había visto al que me contrató, pero ya no quería verlo, como que le agarré tirria. También estaba yo con la tentación de que me fuera a encargar otro "servicio" y francamente ya no le quería entrar. Yo ya tenía mi lana y le cumplí como hombre, así que me fui a Matamoros y de ahí me pasé a Brownsville…

— Sáqueme de una duda, ¿Cómo pasaban las armas usted y su jefe por la frontera, cómo las compraban y luego cómo cruzaban territorio mexicano si las carreteras siempre están vigiladas, hasta donde yo sé?

Mi patrón la llevaba muy bien con los aduanales. Primero arreglaba el puente, le daba mucha lana al comandante y al jefe de vistas, que son sus cuates, luego arreglaba el "26" y nos regresábamos por la camioneta con lo que trajera, que se quedaba llena del otro lado.

— ¿El "26"?

En el kilómetro 26, de Nuevo Laredo a Saltillo, hay una garita de los aduanales. Nomás dejan pasar al que les da dinero.

— ¿Y después, no tenían problemas?

No, porque conocemos todas las brechas. A veces hasta el "26" nos volábamos, para no darles lana a los aduanales, y era mucha. Además, mi patrón era político y todos lo conocían. Los mismos aduanales le compraban pistolas o se las traía por encargo.

— ¿Quién era el jefe de los aduanales?

En una época el más fuerte era Ficachi, estaba en Monterrey.

— ¿También le daban dinero?

No, ese era muy cabrón. Yo creo que le daban los aduanales, si no cómo los dejaba trabajar.

— ¿Y qué hizo después?

La verdad, yo estaba con la tentación de que me fueran a matar por lo mismo de que ya no regresé después del encargo. Yo dije, 'ora ellos van a decir: "¿Y este buey? ¿Por qué ya no regresó? No vaya a rajar con alguien…". Y con esa tentación yo dije me van a matar, y mejor no regresé; pero luego pude ir a ver a uno que me debía mucha lana.

— ¿Por lo mismo?

No, por otras cosas, no tiene nada que ver.

— ¿Y por qué me escribió, por qué se decidió a hablar?

Tengo hijos y nietos y no quisiera que cayeran en esto; no son nada más los remordimientos. Todos los que conocí en esto ya están muertos, Se mueren muy jóvenes. No duran.

¿A los que encargaron el trabajo que terminó con la vida de los Spinozo, los volvió a ver?

— A los que ordenaron el trabajo no los vi nunca. De algunas cosas supe por lo que usted publicó.

— A qué se dedica ahora?

— Tengo un negocio de electricidad del otro lado. Tengo ya varios años trabajando con decencia pero créame, soy uno de los pocos que se salvan, como le decía antes, todos mueren jóvenes.

¿Volvió a ver a su familia?

— Sé de ellos, pero no los he vuelto a ver, para qué los comprometo.

— ¿Cómo fue su vida tras el asesinato del diputado?

— Un infierno. Andar de aquí para allá. Al que no lo agarran lo matan, hasta que decidí cambiar por algo que pasó.

— ¿Qué fue?

— Se estaba muriendo mi hija mayor por un accidente. Le hablé a mi señora y me dijo que era un castigo divino por lo que yo hacía. Fui a ver a la Virgen y le juré que si me la salvaba iba yo a cambiar de vida y me la salvó. Y aquí estoy. Me salvó a mi también.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Siguen apareciendo datos acerca del asesinato de Roque Spinozo Foglia

Tomás parece realmente arrepentido. Una lágrima cae por una de sus mejillas. Nos quedamos en silencio por unos instantes. Refiere, sin embargo, que la mayoría de los que fueron sus compañeros eran totalmente diferentes y algunos decían que en realidad no eran asesinos, lo creían en verdad, porque hacían "lo que se les ordenaba" y además, a los muertos, "ni los conocían". A esos, el relato realmente los retrata: "ser culpable es planear, no ejecutar". ¿Mente criminal? Es su manera de pensar. Mente infantil. Es el peligro de la ignorancia.

¿Cuántos iguales hay que detectar? ¿Cuántos andan sueltos?

¿Cuántos se podrán corregir como Tomás? ¿Se podrán corregir?

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