Personajes Alfonso Diez |
Elsa tenía casi 25 años de edad cuando comenzaron sus problemas de
salud, pero nunca imaginó que tras persistir y agudizarse sus males iba a caer,
22 años después, en una
institución hospitalaria que ella creía era la mejor, o una de las mejores de
la Ciudad de México y resultó ser un fiasco por lo que se refiere a la atención
al paciente y peor todavía, un hospital dedicado a estafar a los que tienen la
desgracia de caer ahí, cobrando medicamentos y servicios que no brinda.
El Hospital Ángeles del Pedregal fue el primero de la cadena que
posee la familia Vázquez Raña y que ahora abarca al Metropolitano, el México,
el Mocel y otros cuatro en la Ciudad de México; además de nueve más en el
interior de la república, incluidos los de Puebla, Ciudad Juárez y Tijuana, por
mencionar algunos. En fecha próxima abrirá las puertas de tres más en Xalapa,
Tampico y Lindavista, en la Ciudad de México este último.
Se precia de tener 1,200 médicos de distintas especialidades y el
emporio con ese nombre comenzó con la compra del Hospital Humana, que se
transformó en el mencionado Ángeles del Pedregal, que en consecuencia resulta
ser ahora el más antiguo del grupo.
Pero no fue en realidad el primero en manos de los verdaderos
socios. El Mocel era dirigido por Eduardo Echeverría Álvarez, hermano del
expresidente de México, Luis, siempre señalado como socio mayoritario de la
institución.
Con la integración del Mocel al Grupo Ángeles queda claro que la
sociedad que mantiene Luis Echeverría con los Vázquez Raña para administrar la
cadena de periódicos conocidos como Los Soles (El Sol de México, El Sol de
Acapulco y decenas más, con Mario Vázquez Raña al frente) se ha extendido ahora
al negocio de los hospitales, con Olegario padre e hijo encabezando el
directorio. Estos últimos son dueños, además, de Grupo Imagen, que posee, entre
otros medios, la radiodifusora Imagen, ubicada en el 90.5 del cuadrante de FM y
el periódico Excélsior, al que Echeverría, cuando era presidente, mandó
cercenar la cabeza de sus directivos, para poner a sus incondicionales.
Los hospitales Ángeles se han distinguido siempre por ser los más
caros del ramo, no tenían necesidad de caer en el fraude para obtener más
ganancias, pero ese es el caso ahora, el ejemplo de lo que le sucedió a Elsa es
apenas un botón de muestra.
En 1987 sufrió un golpe en una rodilla y un mal médico le dijo que
tenía que operarla, pero el resultado de la operación fue peor: le extirparon
los meniscos y nunca más pudo flexionar la pierna correspondiente; posterior a
esto comenzó con dolores en esa extremidad, la izquierda, y otros malestares.
Un especialista le dijo que su problema era una especie de distrofia muscular
conocida como Distrofia Simpática Refleja y que tenía que insertarle un aparatito generador de pulsos
(Medtronic) para remediarlo. Le costó entonces $40,000.00 y le duró cinco años,
después de los cuales se lo tuvieron que cambiar “porque la pila ya se había
bajado”, a un costo mayor que el anterior.
Pasaron 17 años para que volvieran los malestares y como vive en una
ciudad del Estado de Veracruz se trasladó a la Ciudad de México para consultar
al médico que le había puesto el Medtronic, lo vio en el Ángeles del Pedregal
para ser examinada por un problema que apenas comenzó a aquejarla el pasado
martes 10 de marzo: le dolían las piernas, a eso siguió una debilidad muscular
generalizada que a la vuelta de dos días ya no le permitía apoyarse para
caminar; no podía ni levantar los brazos, perdió totalmente la fuerza en las
manos y comenzó a tener problemas para respirar.
Su presión, que toda la vida había sido baja, del orden de 110-70,
le subió a 150-100. El médico llamó a un neurólogo del hospital porque se dio
cuenta que los síntomas que presentaba Elsa enmarcaban una enfermedad que lo
rebasaba. Efectivamente, tras los estudios pertinentes, incluida una
electromiografía, le fue determinado el Síndrome de Guillain-Barré, un
padecimiento insólito, que sólo afecta a uno de cada 100 mil habitantes, en el
que las defensas propias del ser humano se vuelven contra él y atacan el
sistema nervioso central. Algo parecido al Lupus, con el que inclusive se llega
a asociar en algunos casos, aunque éste daña todos los órganos, pero el primero
paraliza cada vez con mayor intensidad los movimientos del enfermo, al grado de
que si toca el músculo que permite la vida, el corazón, sobreviene la muerte.
Así que, ante este panorama, la familia de Elsa no protestó cuando
el neurólogo solicitado la internó en el Ángeles del Pedregal. La metieron al
área de Terapia Intensiva porque no había camas disponibles en ninguna otra,
con la promesa de cobrarle como si hubiera estado ”en piso”.
Ingresó a las 14:30 horas del viernes 13 de marzo y durante la hora
de visita de este día, entre 6 y 7 de la tarde, el neurólogo alertó a los
familiares: “Le están poniendo una inyección por la que van a cobrar 30 mil
pesos y requiere de 4 al día, cuando me enteré casi me desmayo”. La familia, de
pocos recursos económicos, no había sido consultada para administrar tal
medicamento, así que procedió a consultar con otros médicos conocidos y la
opinión fue unánime: “Es una monstruosidad lo que están haciendo en el Ángeles,
suspendan tal tratamiento y sáquenla de inmediato, llévensela a Neurología o
aprovechen que cuentan con seguro social e intérnenla en el Centro Médico Siglo
XXI, ahí cuentan con los mejores equipos, con magníficos neurólogos y con los
medicamentos necesarios”.
Le avisaron al neurólogo que iban a sacar a la paciente; realizaron
con él una junta para analizar la situación y la mejor manera de proceder y
determinaron sacarla a las 8 de la mañana del siguiente día, sábado 14, para
llevarla al Centro Médico. El les dijo que en su lugar, habría hecho lo mismo y
mencionó un caso personal en el que cuando enfermó su madre decidió que la
llevaran al Hospital Gabriel Mancera, del IMSS, para evitar los cobros
excesivos del Ángeles; desafortunadamente no la recibieron en el Mancera y
acabó en el hospital que él quería evitar, el mismo en el que labora.
Dos horas después de solicitar la salida de la enferma, la
administración del hospital le dio otra sorpresa a la familia de Elsa, una
cuenta de gastos hospitalarios tan inflada que a la hora de hacer el reclamo
permitió que se suprimieran la mitad de los sesenta incisos que conformaban la
factura, tras tan sólo 18 horas de estancia en el lugar.
Hubo medicamentos que no se podía comprobar si fueron administrados
o no y tuvieron que pagarse, pero otros, era tan evidente el fraude, su
inclusión para elevar el total de la factura, que las mismas empleadas de caja
reconocieron que era una costumbre de ese hospital que ellas mismas reprobaban,
“pero qué podemos hacer”, decían como si pidieran la comprensión de los
afectados.
Un ejemplo claro del intento de estafa: cobraban la administración
de 5 tabletas de Meticorten (cortisona) y 5 de Ranisen (ranitidina) durante las
18 horas que la enferma estuvo en el hospital; se le advirtió a quienes
entregaban la factura: “Si ustedes le dieron a nuestra paciente esa cantidad de
tabletas de cortisona y de ranitidina, pusieron en peligro su vida”, pero la
respuesta de los empleados fue inmediata a favor de los familiares de Elsa y
suprimieron esos y otros 24 cargos que no tenían sustento (cobraron solamente el costo de una pastilla de
Meticorten y una de Ranisen).
Otros cargos que no debieron haber hecho y que se suprimieron fueron
100 guantes estériles y 30 jeringas (dejaron sólo 9 en la factura). La promesa
de no cobrar la estancia en el área de Terapia Intensiva la querían pasar por
alto y la cargaban en dos renglones: “Cargo uso de cubículo Terapia Intensiva”
($5,338.50) y “Atención especializada áreas críticas” ($1,386.52), que en
conjunto daban un total de $6,725.02; ambos fueron suprimidos y quedó en su
lugar el de la habitación estándar, por $3,091.02.
Tras la reunión mencionada antes, del día anterior, viernes 13, con
el neurólogo, éste dio la orden de no poner ya un catéter para administrarle a
la enferma una plasmaféresis; sin embargo, el hospital hacía un cargo de
$2,230.35 “porque el enviado de la empresa que pone los catéteres dice que no
la avisaron a tiempo, así que él nos pasó su recibo de honorarios y nosotros a
ustedes”. Cuando se les demostró que el médico había cancelado tal suministro
desde el día anterior y que la negligencia del mismo hospital había dado pie al
error, cancelaron también ese cargo.
El asunto de los cargos excesivos, que configuran intento de fraude,
no fue todo. Al llegar, le indicaron en “Terapia Intensiva” a la madre de Elsa,
de 86 años de edad, que desvistiera a su hija y ella así lo hizo, ante la
mirada impávida de dos enfermeras que no hicieron el menor intento por
ayudarla. Pero al salir expresó con tristeza a los que la rodeaban: “Cómo es
posible que un hospital, que cobra tan caro por sus servicios, nos haya dado
una bata con agujeros y rota de los tirantes que la sujetan para ponérsela a mi
hija”.
Durante la noche, la paciente solicitó a una enfermera que le
proporcionara un cómodo y ésta no lo quiso hacer; unas horas después, por la
mañana, un enfermero la atendió.
Parece increíble, pero esa es la atención hospitalaria del Ángeles.
Para estafar a “sus clientes” parten del hecho de que casi nadie revisa la
factura porque muchos tienen seguro de gastos médicos mayores o el suficiente
dinero para no preocuparse por el desembolso. El que llega a pagar, con la
alegría de saber que su paciente ha sido dado de alta, o con la tristeza
infinita de tener que llevárselo en un féretro, no revisa facturas que suman
cientos de incisos (basta constatar que una estancia de 18 horas originó 60).
El caso de Elsa es la voz de alerta. La supervisión del
funcionamiento y la administración de los hospitales “caros” ha sido totalmente
descuidada por las autoridades y por nuestro Poder Legislativo. De la misma
manera que nos preocupamos por las instituciones que pertenecen al Sector
Salud, hay que voltear la vista hacia los que atienden a la población más
favorecida económicamente. No por el hecho de que ellos tengan lo suficiente
para hacer esos desembolsos vamos a permitir que la ley sea pisoteada de la
manera que lo hacen hospitales como el que denunciamos ahora.
Finalmente, Elsa salió del Ángeles ayudada por sus familiares y por un empleado del hospital que manejaba la silla de ruedas que les prestaron; cuando éste la subió al vehículo le puso una almohada bajo los brazos para que fuera más cómoda, porque no los podía sostener y cuando se le iba a devolver, expresó con un ánimo que reflejaba a la vez tristeza y reprobación: “Llévensela, allá les va a ir mejor, aquí ya estamos hartos”.
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